“El que espera desespera” dice el refrán, y vaya si esto es cierto hoy día en donde esperar no esta de moda. Seguramente todos recordemos viajar en familia cuando éramos niños, y qué distinto era a como es hoy. No teníamos celulares ni tablets, no se podía bajar películas, y para muchos incluso leer era imposible por los mareos. Tampoco los teníamos a mano para amenizar la espera en el pediatra, ni mientras nos llevaban a la escuela, ni mucho menos en un restaurante. Y pese a eso, sobrevivimos.
Sin embargo, lo primero que hacen madres y padres hoy día, antes de un largo viaje, es pensar en qué llevar para que los chicos se entretengan o, antes de arriesgarnos a una escena incómoda en un restaurante, les damos el celular para que la experiencia sea más fácil.
El problema es que a esperar se aprende en la infancia, cuando el cerebro está en pleno desarrollo. Si desde pequeños nos acostumbramos a que no es necesario “encontrarle la vuelta” al aburrimiento, más adelante será mucho más difícil aprender a gestionar esa frustración.
Esto puede tener un impacto negativo en nuestro desarrollo futuro, ocasionando problemas de atención y control de impulsos en la infancia, y problemas en el ámbito laboral, académico, social y afectivo en la adultez.
Un famoso estudio sobre la gratificación retrasada demostró que los niños capaces de controlar sus impulsos y esperar por una mayor gratificación desarrollaron vidas más plenas, mostrando mayor éxito académico y laboral, y una mejor salud en general.
Aunque este experimento ha sido cuestionado por investigaciones que resaltan la influencia del entorno socioeconómico de los participantes, nadie parece negar la importancia de saber esperar para el desarrollo humano.
En las últimas décadas, nuevos estudios han mostrado que el aburrimiento es beneficioso porque incentiva la creatividad. Se ha sugerido que las expectativas culturales de que los menores deban estar siempre activos podrían obstaculizar su imaginación.
Vivimos en una sociedad que valora la productividad a tal punto que estar estresado es sinónimo de éxito. Esto, junto con la falta de tiempo para la familia, lleva a los padres a planificar agendas hipercargadas de actividades para sus hijos, dejándoles poco espacio para decidir cómo invertir su tiempo. Eventualmente, los niños no sabrán cómo gestionarlo y no podrán enfrentarse a la falta de planificación.
Los niños necesitan oportunidades para aprender a manejar las frustraciones naturales de la vida.
No se trata de frustrarlos a propósito, sino de permitirles enfrentarse con las limitaciones de la vida diaria y aprender que son capaces de superarlas.