Abordar el tema de la violencia en las instituciones escolares, del maltrato entre pares y específicamente, del bullying implica el desafío y la responsabilidad de hacer prevención. Entre otras cosas formándonos como padres, para colaborar cuando se torne necesario en situaciones y prácticas que consideramos negativas, para los y las menores en pleno proceso de crecimiento.
Hablar de Bullying nos lleva a profundizar el concepto de violencia. La violencia supone un comportamiento vincular coercitivo, arbitrario, de poca complejidad, y en donde se sustituye la palabra por la acción. Un acto violento trae consigo la intención de dominio o daño a la capacidad de pensar, desear o actuar del otro. A la persona violentada se la ubica en un lugar de sometimiento, desvalimiento e indefensión, por eso su subjetividad se fragiliza. Esto se traduce en una violación de sus derechos, en daño y dolor que afectan diversamente a esa persona según su edad, género, historia personal, recursos afectivos y sociales, entre otros aspectos.
A menudo en la escuela, se dan hechos de violencia en distinto grado de gravedad, a través de, por ejemplo, faltas de respeto, daños físicos, descalificaciones unidireccionales o mutuas, prepotencia, agresividad injustificada. Muchas veces, las cuestiones de violencia suelen ser leídas como problemas de disciplina.
Ahora bien, al referirnos al bullying, denotamos algo muy específico que, en general, se confunde con otro tipo de prácticas. Aclaremos: si alguien se niega a ser amigo de otro, no es bullying. Tampoco lo es una pelea a piñas por una chica o por alguna diferencia en un partido de vóley.
En el caso del bullying, el término proviene del inglés y significa toreo, embate, maltrato sistemático y continuado hacia un joven o niño que se convierte en la víctima del vínculo. Hay que subrayar que este tipo particular de violencia trasciende el hecho aislado y esporádico, puesto que se trata de una constante de abuso de poder de alguien o de un grupo sobre una víctima elegida.
Los motivos conscientes o explícitos son del orden del prejuicio. A saber, por algún rasgo de la persona que, además, resulta imborrable: color de piel, identidad sexual, nacionalidad; por algún defecto físico o discapacidad, o por motivos que no pueden ser precisados. El bullying tiene por objeto humillar y someter abusivamente al acosado, y, desde quien lo ejerce, es muy clara la intención de hacer daño.
Como suele ocurrir lejos de la mirada de personas adultas, resulta difícil identificar esta práctica.
Los protagonistas
El acosado (o quien sufre el acoso) es una persona que fue elegida y que, en relación con sus posibilidades de defensa, está en inferioridad de condiciones respecto del agresor. Las constantes agresiones y ataques generan un deterioro en su autoestima y en la seguridad respecto de sí misma. El abuso de poder al que la víctima está sometida, le impide salir por sí misma de esa situación. Por un lado, siente que debe silenciar su sufrimiento, pero también tiene la sensación de que un nuevo ataque la va a sorprender en cualquier momento, por esa razón, la víctima vive en una percepción de peligro inminente.
A los antes mencionados se suman otros sentimientos que rodean a la víctima: miedo, terror, pánico, vergüenza, culpabilidad, resignación, sumisión, desesperanza.
El acosador (o quienes ejercen el acoso) es una persona con cierta dificultad en el manejo de sus impulsos, y esto le permite concretar las acciones cuyos propósitos son humillar, hacer sentir inferior a la víctima o alterarle su estado de bienestar. Dispone, también, de mecanismos de coerción e imposición.
Sus actos de acoso pueden adoptar algunas de las siguientes formas:
• Física directa: golpear, agredir físicamente al acosado, esconderle la tarea o útiles, o ensuciarlo, entre otras.
• Física indirecta: hacer que otro golpee a la persona acosada.
• Verbal: por ejemplo, insultar, poner sobrenombres o burlar.
• Social: como excluir, esparcir rumores e inventar historias sobre el acosado.
• Cyberbullying, es decir, y como veremos más adelante, acoso a través de internet y redes sociales.
Los seguidores son quienes se suman al maltrato apoyando al líder hostigador. Puede ocurrir que los seguidores lleven a cabo el acoso filmando las diferentes situaciones.
Resulta claro que, frente a este grupo de seguidores, el hostigador adquiere mayor poder y aval para realizar sus acciones.
Los espectadores o testigos pertenecen al grupo de pares o al grupo de adultos de la comunidad educativa, sean o no docentes. En cuanto a los pares, si bien no tienen participación directa ni fomentan las acciones de acoso, mantienen una actitud que no genera ningún cambio de la situación de maltrato. Estos observadores pueden mirar en silencio o reírse. Denunciar, para ellos, implica el temor de ser considerados “buchones” y el riesgo de transformarse en la próxima víctima. Respecto de los adultos que presencian situaciones de acoso, pueden no ser cómplices, pero sí tolerantes. Lo cierto es que, frente a estas realidades, es necesario que el adulto se comprometa para intervenir, para cuestionar y para dar su testimonio.
Frente a las diferentes formas de hostigamiento, el acosado puede responder con una acción de evitación/huida o con ataque defensivo, es decir que sus conductas varían entre lo agresivo y la manifestación de indefensión. Debemos considerar que en la reacción también influye el tiempo que lleva la víctima soportando las agresiones.
Cuando la o el joven acosado reacciona de manera agresiva, lo habitual es que quede en inferioridad de condiciones. En el caso de que responda de manera pasiva, puede quedarse al margen, asustado y con sensación de fragilidad.
Se ha observado que en varias oportunidades el acosado se ubica en el lugar de “payaso” y después se queja de las cargadas o se presta para ciertas bromas a otros o quiere imitar la conducta del hostigador. Todas estas son reacciones fallidas para solucionar el problema de fondo que sufre, y quizás, también, para enmascararlo, para ocultarlo.
A pesar de que la persona acosada suele sufrir en silencio y pocas veces denuncia lo que sucede, las señales que siguen nos ayudarían a los adultos a inferir que algo ocurre.
En relación, entonces, con el sujeto violentado:
• Manifiesta poco deseo de ir a la escuela, suele faltar mucho.
• Se observa un descenso en su rendimiento escolar.
• Presenta dificultad para concentrarse o focalizar su atención en cuestiones escolares.
• Suele asumir equívocamente la responsabilidad de algunos hechos.
• Se muestra apático y desganado.
• No le interesa salir con compañeros o participar de salidas grupales.
• Ostenta conductas de huida o evitación.
• Tiene síntomas de pánico, como temblores o palpitaciones.
• Carece de apetito.
• Sufre trastornos del sueño.
• Presenta síntomas somáticos de ansiedad, por ejemplo, síntomas gastrointestinales, malestar generalizado, cansancio.
• Padece nerviosismo, inquietud, pesimismo, sensación de ahogo y fatiga.
• Siente miedo de estar solo.
• Revela conductas de ataque, agresividad, bajo autocontrol, miedo de perder el control.
• Sufre sentimiento de culpa.
• Se aísla respecto de sus pares.
• Niega los hechos o los refiere con incongruencias.
• Manifiesta labilidad emocional: llanto incontrolado, respuestas extremas.
• Amenaza con suicidarse o lleva a cabo intentos de suicidio.
En relación con la persona que acosa u hostiga, no debemos dejar de tener presente que, así como la persona acosada, es, en primer lugar, un menor. En segundo lugar, y aunque no manifieste indicios concretos de sufrimiento, se trata de alguien que necesita la ayuda y la asistencia del adulto para superar este posicionamiento subjetivo y vincular.
Aclarado este punto, podemos afirmar que el hostigador buscará la manera de llevar adelante la agresión en lugares donde no se encuentren adultos. Sin embargo, ciertos rasgos del actuar habitual de un acosador podrían ayudar a observar con detenimiento e identificar situaciones de vulnerabilidad.
Entre esas señales, pues, mencionamos las que siguen:
• Agresividad verbal y física.
• Insultos. Amenazas.
• Agresiones contra la propiedad.
• Lenguaje corporal, miradas y gestos de rechazo.
• Coacciones.
El cyberbullying
La vida y la convivencia de los seres humanos del siglo XXI no sólo transcurren en el espacio físico real sino también en el espacio virtual.
En particular en tiempos de aislamiento social, en tiempos de cuarentena, en la que los chicos no asisten a la escuela, no van al club, no tienen posibilidad de encontrarse físicamente con sus amigos y compañeros, la vida diaria, los encuentros y desencuentros suceden en el espacio virtual, fundamentalmente en las redes sociales. El trabajo, las compras, la comunicación con la familia y con los amigos, el estudio, entre otras situaciones y experiencias, las podemos desarrollar a través de las tecnologías de la información y comunicación (TIC).
No podemos contrariar el fenómeno de que el espacio virtual se ha convertido, a través de las distintas posibilidades que ofrece (redes sociales, juegos, comunicación), en un espacio de socialización. Sin embargo, lo cierto es que también se presenta como un medio propicio para que los jóvenes lo utilicen con el objetivo de agredir u hostigar a otros.
El llamado cyberbullying es un tipo de acoso que ha adquirido gran prevalencia, y se trata de una práctica que por sus características es muy difícil de detectar, abordar y erradicar. Esto es así ya que las nuevas tecnologías tienen la particularidad de que pueden gestionarse desde el anonimato y la invisibilidad, con efectos inmediatos, a través de muchos y diversos canales, y ocasionando un efecto multiplicador y en cadena difícil de limitar.
El escenario digital permite el acoso más allá del ámbito escolar, por lo que las agresiones pueden suceder en cualquier momento y en cualquier lugar, ya que los canales están siempre abiertos.
Así como en el bullying, en esta práctica hallaremos acosados o víctimas, hostigadores o acosadores, seguidores y espectadores. Y en consonancia con lo que dijimos respecto de la violencia y el bullying, aclaramos que no toda agresión transmitida por el celular o por la web se considera ciberacoso. Por ejemplo, si entre dos menores en situación de paridad de poder o de simetría, se produce un intercambio de mensajes ofensivos no sería ciberacoso. Tampoco lo serían las acciones on line, conocidas como grooming, con las que un adulto pretende disminuir las inhibiciones de un menor de edad para alcanzar un objetivo sexual.
Entonces, en el cyberbullying existe la intencionalidad de producir daño, y una diferencia de poder que somete, fragiliza e impide la posibilidad del intercambio para solucionar diferencias. En este desequilibrio de poder entre quien acosa y el acosado, el control de la situación la tiene el hostigador. En la víctima hay imprevisibilidad, confusión, indefensión, vergüenza, y el sentimiento de ser poco popular.
Cuando la víctima no conoce o no puede descubrir quién es el acosador y quiénes son los que podrían apoyar esta acción, se genera una situación de mayor malestar. No caben dudas de que, de esta manera, la recepción y elaboración del mensaje y la defensa por parte de la víctima se complejiza. Aquí vemos el desequilibrio del poder a favor del hostigador, quien puede estar favorecido por el mayor conocimiento y manejo tecnológico.
Por la particularidad de las redes sociales y la apertura a lo público, sabemos que pueden ser numerosísimos quienes se conviertan en espectadores de la situación. Por supuesto, esos mismos espectadores podrían multiplicar exponencialmente la divulgación ampliando la audiencia y la permanencia-replique de las agresiones en el contexto virtual.
El ciberacoso puede darse a través de diferentes acciones, como las que siguen: mensajes insultantes o amenazantes; difusión de rumores o mentiras difamatorias; revelación de información privada o de secretos, publicación de fotos y videos, inclusive editadas con pericia e intención de daño; exclusión de la comunicación en línea; suplantación de la identidad de alguien para crear una cuenta o página denigratoria o descalificatoria de sí mismo; robo de contraseña; llamadas o mensajes anónimas con el fin de asustar.
La propia familia del acosado es la que habitualmente reconoce que un niño, una niña o adolescente es víctima de cyberbullying. A los indicadores presentados anteriormente de posibles víctimas de bulliyng, sumamos, ahora, algunas situaciones más específicas propias del ciberacoso:
• Ansiedad e irritabilidad al mirar su teléfono o su computadora.
• Tristeza mientras lee o escribe en la computadora.
• Apuro y obsesión por conectarse.
• Tristeza luego de haberse conectado o luego de recibir un mensaje.
Una propuesta para las Instituciones Educativas:
El método KIVA del Ministerio de Educación de Finlandia es un enfoque integral y sistemático para prevenir y abordar el acoso escolar. Kiva se centra en la promoción de relaciones saludables y respetuosas entre los estudiantes, así como en la detección temprana y la intervención efectiva en situaciones de acoso escolar. Este método incluye una serie de actividades y materiales educativos diseñados para aumentar la conciencia y la comprensión sobre el acoso escolar, así como para desarrollar habilidades sociales y emocionales en los estudiantes. También cuenta con protocolos de actuación, teniendo en cuenta que en el acoso escolar hay tres protagonistas: la víctima, el acosador y los espectadores.
KIVA se basa en la investigación científica y ha demostrado ser efectivo para reducir el acoso escolar en Finlandia y en otros países que han adoptado este enfoque.
¿Qué podemos hacer los padres y las madres?
Es importante que los padres y madres brinden al hijo/a un espacio para hablar de estos temas. Generar un encuentro de confianza, para el intercambio sobre estas situaciones que suceden, en las que ellos/as puedan ser testigos o acosadores o acosados/as.
Se trata de construir oportunidades para el debate, para reflexionar juntos sobre los vínculos y los valores en el trato entre pares. Enseñar el valor de la aceptación de la diversidad y el respeto por el otro y el diálogo como la mejor estrategia para solucionar las dificultades.
Estimular a los hijos/as a desarrollar empatía con el otro, – “¿Cómo te sentirías vos si te trataran así? ¿Cómo te sentirías si le hicieran eso a alguien que vos querés mucho?”-
Claramente, más allá de las palabras y la reflexión, el ejemplo del actuar del padre y la madre impactan en la subjetividad de los hijos de manera más directa, como modelos de identificación.
En relación con quien es acosado, es importante escucharlo, que pueda desahogarse, contar lo que le sucede y contenerlo de manera calma y afectuosa. Muchas veces los chicos no cuentan por temor a la reacción de los padres. Entonces, es importante brindarles seguridad, confianza
y esperanza de que se lo va a ayudar. Asimismo, valorarle la valentía de haber dado este paso y alentarlo para que cuente y busque ayuda en la escuela.
Sabemos que para desarticular una situación de bullying se necesita la intervención de adultos además de las evidencias de los hechos, capturas de pantalla, mensajes, etc. No puede existir un posicionamiento neutral frente a la violencia.
Respecto del acosador, lo más importante será que los padres puedan reconocer el lugar de agresor en el que se ubica su hijo, sin estigmatizarlo, y luego el paso siguiente será que lo reconozca el protagonista.
Será una tarea no sencilla conversar con el hijo, escucharlo y tratar de comprender los motivos de su accionar. Es importante reflexionar juntos sobre las consecuencias de sus actos en el otro.
En todos los casos, la posibilidad de realizar una consulta a un especialista es una buena idea que colabora en el desentramado de este tipo de situaciones y alivia el sufrimiento.
Lic. Adrián Dall’Asta
Casa del Este